jueves, 8 de abril de 2010

La construcción de una Argentina sobre las cenizas de otra

La llamada Noche de los Museos, permitió a los visitantes la entrada gratuita a muchos de los museos de la ciudad, entre ellos, el Museo Etnográfico Juan B. Ambrosetti. Su visita, altamente recomendable, permite al visitante comprender un poco más el proceso de creación de éste país.
El Museo Etnográfico esta ubicado en el barrio de Monserrat, sobre la calle Moreno. Se trata de un edificio hermoso, de estilo italianizante, obra del arquitecto franco-argentino Pedro Benoit, a finales del siglo XIX. En su interior pueden observarse colecciones arqueológicas, etnográficas y antropológicas de altísimo valor cultural, centradas principalmente en las poblaciones aborígenes del actual territorio argentino y otras áreas del continente.
Su piso superior está dedicado a las culturas incaicas y pre-incaicas del noroeste del país. El visitante contemplará, desde telares típicos del altiplano, hasta armaduras
de guerreros andinos con sus hachas de batalla, o la hermosa orfebrería que esas culturas fueron capaces de desarrollar antes de la llegada de los españoles. También podrá ver sus ritos funerarios, y sus sistemas de administración político/religiosos. Curiosamente, es posible que descubra algunas similitudes en la manera en que los “Curucas” ( señores feudales andinos) dominaban a sus súbditos, desde sus elevadas fortalezas o “Pucarás”, y la que usarían los europeos para el mismo fin, unos pocos siglos después. Tal vez ese sea el motivo por el cual, como describe el propio museo, los españoles terminaron absorbiendo y asimilando a determinados elementos de la nobleza incaica. Otros parecidos, mas esperables, pueden encontrarse en las numerosas ( y muy elaboradas) vasijas, tejidos, pipas y demás elementos artísticos, y aquellos producidos hoy artesanalmente para el consumo turístico en las provincias del norte argentino, tal vez una muestra más de cómo las culturas conquistadas dan rédito a sus conquistadores.
Pero el mayor impacto lo recibe el visitante al recorrer el piso inferior, donde se exhiben las muestras relacionadas con los pueblos pampeanos y patagónicos. Estas muestras son mucho mas recientes en el tiempo, pues esas tribus fueron conquistadas posteriormente a las del altiplano, y no por los españoles, sino en gran medida, por los argentinos. En diferentes salas, se describe la organización social y política de los pampas, mapuches y otros pueblos, y se da una idea de la enorme extensión geográfica que llegaron a alcanzar sin constituir en cambio ( al contrario que los pueblos del noroeste) una unidad política. Pueden verse los efectos que el contacto con el hombre blanco fue teniendo en esas culturas, como las flechas de los Onas ( un pueblo de Tierra del Fuego), muchas de las cuales tienen puntas de vidrio procedentes de botellas y ventanas de los “blancos”. Finalmente, se exponen en conjunto en una gran sala, los elementos utilizados por los colonos y pastores europeos ( principalmente ingleses) de finales del siglo XIX, junto con aquellos de las últimas tribus sobrevivientes en la Patagonia. Pueden contemplarse prendas aborígenes confeccionadas “al estilo europeo” o artículos producidos explícitamente para venderlos a los colonos. En el medio de la sala se expone una enorme canoa fueguina, de mas de 5 metros de extensión, y parece ridícula o trágica la comparación con su pequeña réplica, de unos 30 centímetros, fabricada como juguete para los europeos. Del otro lado de la habitación, se exponen las herramientas del blanco para colonizar: cámaras fotográficas e instrumentos para estudiar, libros y escritos para educar ( destaca particularmente una Biblia inglesa, impresa en Londres), y fusiles y revólveres para “protegerse”. Se cuentan las discusiones filosóficas de los europeos acerca de la manera mas “humana” de deshacerse de los indios, y pueden leerse historias como la de un cacique que fue llevado a Buenos Aires por ser “bueno” solo para volverse rebelde al volver a Tierra del Fuego y descubrir que su esposa había sido raptada por un cabo del ejército. Por supuesto, su destino fue la muerte a manos de los blancos. Hay una poesía escrita por Klepja, chamán de los Onas. Dice “ Estoy aquí cantando, el viento me lleva, estoy siguiendo las pisadas de los que se fueron…yo entro en la casa de la gran cordillera del cielo. Los del Infinito me han hablado”.
Klepja ( mas conocida como “Lola”) murió en 1966. Fue la última chamán de su pueblo, y la última capaz de hablar su idioma. La última parte del museo está dedicada a colecciones donadas o recolectadas de todas partes del mundo. Hay un bellísimo altar budista recubierto de oro, máscaras y trajes de los indígenas del amazonas, vasijas greco/micénicas y hasta una armadura samurai. Fueron recolectadas a finales del siglo XIX y comienzos del XX, en una Argentina económicamente pujante que aspiraba a poseer museos “a la europea” , una nación “civilizada” que quería contemplar los tesoros obtenidos en esos “lugares remotos y atrasados” de los que, se diera cuenta o no, todavía formaba ( y aún forma) parte. El mismo Dr. Ambrosetti, fundador y primer director del museo que lleva su nombre, fue un exponente típico de la élite político-intelectual de aquellos tiempos. Un entusiasta antropólogo y lingüista autodidacta, yerno de Florentino Ameghino, que recibió su título “Honoris Causa” de la UBA solo al final de su vida. Dedicó su tiempo libre al estudio de las culturas que su misma clase social estaba ayudando a destruir. Una frase de Hernán Vidal, impresa en una pared del museo, describe esto perfectamente: “Curiosa paradoja la de Occidente, que no puede conocer sin poseer, ni poseer sin destruir”.

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